En mi última visita a Quibdó percibí cómo se ha exacerbado la antioqueñización de ese puerto sobre el río Atrato. Llegué el pasado 30 de noviembre para el lanzamiento de Calle caliente.
Por Jaime Arocha*
Memorias de un cimarrón contemporáneo, el libro con la
trayectoria de Rudecindo Castro, líder del movimiento social afrocolombiano. Me
sorprendió el nuevo aeropuerto El Caraño, moderno y funcional, pero carente de
la atmósfera cálida del antiguo, sin paredes que detuvieran unas brisas que
hacían que la gente hablara duro, mientras se comía su pastel. Ahora hay
plazoleta de comidas rápidas en el segundo piso.
A las
casas de madera que quedaban, con sus techos altos y áreas sociales abiertas,
las reemplazan moles de cemento, con esos balcones circulares y balaustradas de
barrotes tornados tan populares en el oriente antioqueño. Hasta el lugar de los
palafitos del barrio La Yesquita hoy lo comienzan a invadir varilla y concreto.
La obstrucción de esa quebrada y sus afluentes presagia la respectiva cuenta de
cobro ambiental.
Rejas
metálicas aíslan los patios de entrada donde la gente sacaba sus mecedoras para
conversar y saludar a quienes pasaban por el frente. La advertencia es la de no
salir a ese espacio buscando una mejor señal para evitar un encañonamiento y el
robo del celular. La ciudad fortificada reemplazó a la de puertas abiertas.
Hay menos
personas negras como dependientes de bancos, almacenes y aerolíneas. Ese
blanqueamiento va con la antioqueñización cultural y el aumento del racismo.
Las basuras por las calles y a las orillas del río Atrato no dan cuenta de la
sintonía que ya debería estar instalada a propósito del respeto de los derechos
bioculturales que de manera excepcional la Corte Constitucional le reconoció al
río como sujeto de la sentencia T-622 de 2016.
El 8 de
diciembre, Semana publicó un número especial sobre el Atrato. Recoge la visión
de Ximena González de Tierra Digna, la organización que lideró la tutela referente
a la degradación de ese cauce y de sus pobladores ancestrales. Para ella,
semejante innovación se basa en un ideal ecocéntrico, según el cual la gente no
debe portarse ni como ama ni señora de la naturaleza, sino parte de ella.
Ese
ecocentrismo está por arraigarse, como se aprecia en la entrevista que el mismo
especial le hizo al gobernador de Antioquia. A él no se le pasan por la mente
los derechos bioculturales, sino “los secretos” de la prosperidad y los
empresarios prósperos. Si, como reza el subtítulo de ese número, “Antioquia
lidera la defensa del Atrato”, ojalá no sea con más de las imposiciones
colonialistas que esa cuenca comenzó a recibir desde 1997, cuando el gobierno
de Ernesto Samper revivió el proyecto de unir al mar Caribe con el Pacífico por
un canal entre los ríos Atrato y Truandó: masacres y asesinatos con el
consecuente destierro de comunidades indígenas y negras, expansión de los
monocultivos de palma aceitera, coca y pastos para ganadería, además de
dragones, retroexcavadoras y mercurio para la minería ilegal del oro. La actual
violencia que elenos y gaitanistas ejercen sobre la población civil, así como
el aumento de asesinatos de líderes sociales o reclamantes de tierras sí que
niegan el sentido de una sentencia única en la historia nacional.
* Miembro
fundador, Grupo de Estudios Afrocolombianos, Universidad Nacional.
Publicado originalmente en El Espectador. 18 de dic de 2017: https://www.elespectador.com/opinion/atratenidad-en-riesgo-columna-729090
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