Una mujer afrodescendiente con un niño en brazos y un tambor al lado simbolizan la libertad de los esclavos en Perú. Este monumento se erige en Zaña, antaño ciudad colonial del norte y complejo de esclavitud, y ciudad que hoy rinde homenaje a la memoria con un Museo Afroperuano.
Por Carmen Grau
9 de octubre de 2017
EQUAL TIMES
Por todo
ello, y por primera vez en la costa del Pacífico, la UNESCO lo declaró el
pasado mes de septiembre “Sitio de la memoria de la esclavitud y de la herencia
cultural africana”. No es sin embargo el único lugar donde la memoria y la
identidad se abren paso en el país.
A través de diversos testimonios del arte, la política
y los derechos humanos, recorremos el despertar de una comunidad marcada por la
discriminación.
Susana Baca es vital en definiciones. Es artista y
símbolo de los derechos de los pueblos vulnerables. Peruana de ascendencia
africana y cantante de éxito internacional galardonada con premios Grammy,
investigadora de las raíces afroperuanas en la música; sonríe y le brillan los
ojos al hablar del Centro Cultural de la Memoria, su casa y proyecto junto al
Océano Pacífico, a 150 kilómetros al sur de Lima, en la provincia de Cañete.
Junto a su marido, el sociólogo Ricardo Pereira,
también construye la escuela musical inclusiva Negrocontinuo, donde niños y
jóvenes podrán formarse con los sonidos peruanos. “En la música peruana
contemporánea lo continuo es lo negro que subyace, de ahí el nombre. La música
es el pretexto para afirmar identidades”, explica Pereira.
Una sala de madera y techos altos acogerá al visitante
al centro cultural, donde la memoria forma parte del proyecto, sin olvidar el
origen e historia de las identidades contemporáneas que hoy conforman Perú: “No
solo exhibiremos rostros de afroperuanos, también de otras comunidades como los
indígenas, andinos, chinos o japoneses”.
La cálida imagen de Susana y su condición de
afrodescendiente de renombre la acercaron a las causas más diversas durante su
mandato como ministra de Cultura en 2011, en el Gobierno de Ollanta Humala.
Finalmente, el arte prevaleció sobre la política, pero dio forma a una oficina
pública que atiende las necesidades de los afroperuanos, cuando no existía en
el país organismo igual y desde donde hoy se visibiliza a esta comunidad.
“Nosotros, que fuimos esclavizados, le devolvemos al
mundo arte”, afirma a propósito de la grabación de su próximo disco Conjuros,
en Nigeria. Con su música ha viajado de Perú a África, una diáspora al origen
para fusionar los dos mundos. Y no es el primer viaje que realiza en búsqueda
de la identidad negra. En el libro El amargo camino de la caña dulce, en 2013,
y por segunda vez, peregrinó por su país en busca de lo afroperuano,
recorriendo las poblaciones afrodescendientes más representativas.
“Reconocer que somos un país racista”, como parte de
la cura
La historia de los afrodescendientes en el Perú
comienza con la llegada de población africana esclava a las haciendas de caña
de azúcar. Desarraigo y migración forzosa –decidido por las potencias
imperialistas del siglo XVI y posteriores–, y discriminación, exclusión y
vulneración de derechos a lo largo de los siglos. El proceso de liberación en
Perú no desencadenó una revolución. A pesar de que la Independencia llega en
1821, no es hasta 1854 cuando se decreta la abolición de la esclavitud y aún
con la República, no se igualó en derechos a los afrodescendientes ni a los
indígenas.
La desigualdad pervive actualmente. Así lo corroboran
datos oficiales del Estudio Especializado sobre Población Afroperuana (EEPA),
que afirma que el hacinamiento y las condiciones de vivienda, educación y salud
de esta población son más desfavorables que las del resto de peruanos, sobre
todo en áreas rurales.
Aunque tarde comparado con otros países de la región
como Brasil y Colombia, hoy Perú se encuentra inmerso en un proceso de reconocimiento
y visibilidad de la comunidad afroperuana. No existe una cifra oficial del
tamaño de esta, ni información precisa sobre su situación socioeconómica y se
afirma que están en invisibilidad sistémica. Lo confirma el estudio de Panorama
Social de América Latina (2016) de la Comisión Económica para América Latina y
el Caribe (CEPAL), que estima que en Perú aproximadamente un 5% de la población
(entre 110.000 y 600.000 personas) es afrodescendiente.
Owan Lay comenzó hace veinte años la lucha por los
derechos humanos. Activista por herencia de sus padres, ha dirigido
organizaciones para jóvenes afrodescendientes, pero es su papel desde 2012 en
la gestión pública de políticas para su comunidad lo que le ha permitido
experimentar los avances: “La necesidad de cambio pasaba por entrar al Estado”.
Ha trabajado en el Plan Nacional de Política de
Afrodescendientes, la primera hoja de ruta discutida en siete regiones del país
con organizaciones, funcionarios y otros actores, que se convierte en la
herramienta política de esta comunidad para seguir luchando por los derechos:
“350 años de invisibilidad esclava y 150 años de invisibilidad republicana,
marginación y exclusión no pueden resolverse en pocos años”.
“No es todo, pero es todo lo que tenemos
históricamente para reivindicar derechos; no ha sido fácil su aprobación porque
los funcionarios del Estado no entienden la diversidad cultural”, afirma Susana
Matute, directora de Políticas para la Población Afroperuana en el Ministerio
de Cultura y cara visible de estas políticas. El plan contempla un nuevo censo
que incluirá la identificación étnica y que Matute presenta como un hito: “Es
el primer ejercicio que hacemos para identificarnos en 70 años, es un ejercicio
de derecho a la visibilidad, de movilización social y ciudadanía”.
Perú ha ido reconociendo la interculturalidad gracias
a un contexto internacional favorable, marcado ahora por el Decenio
Internacional para los Afrodescendientes, promovido por Naciones Unidas
(2015-2024), y, anteriormente, por la Declaración de Santiago (2000) y la
Conferencia Mundial contra el Racismo de Durban (2001). A partir del año 2000,
lo que antes era negro comienza a denominarse afroperuano o afrodescendiente.
Así lo siente el político y exalcalde Antonio Quispe,
quien reconoce que es afroperuano desde esa fecha puesto que antes no existía
esta lucha. Natural de San Luis de Cañete, una población humilde de 15.000
habitantes, desciende por línea paterna de un campesino, dirigente sindicalista
y obrero: “Me mandaron a la universidad a costa del esfuerzo familiar, para
ejercer liderazgo, soy una suerte de esperanza”.
Como estudiante en los 70, vivió tiempos de lucha por
los derechos sindicalistas de obreros y mineros: “pero nunca conocí la lucha
afro, porque no existía como ente movilizador. En mi tierra tampoco, aunque
toda mi vecindad eran negros”, dice. A día de hoy, piensa que las nuevas
políticas son un camino, pero no cree que se traduzcan en mejora de las
condiciones paupérrimas de su comunidad: “Sin presupuesto del Estado nada va a
cambiar. La escuela rural o suburbana es lo primero que hay que mejorar. El
perdón histórico del gobierno de Alan García en 2008 reconoció la deuda interna
al pueblo esclavizado. El punto de partida debería ser que se convierta en
reconocimiento explícito, numérico”.
Otra voz que cree que las políticas hacia los
afroperuanos necesitan ser miradas por todo el Estado, en todos sus niveles,
para que se reduzca la brecha de la desigualdad, es la de Rocío Muñoz.
Periodista y afrofeminista, sus luchas van acompañadas de la mirada de género.
Tiene como referente a la artista Victoria Santacruz, quien en la década de los
70 y con el poema autobiográfico Me gritaron negra puso sobre la mesa la
discriminación a las mujeres: “Aunque es otro escenario, su poema sigue
vigente”. Preocupada por la discriminación que afecta a las mujeres, investiga
los estereotipos y las representaciones que existen de las mujeres
afroperuanas.
El color de la piel es todavía uno de los elementos
más poderosos de exclusión y su testimonio confirma los datos del EEPA, que
reflejan una mayor discriminación en zonas urbanas como Lima, donde se sigue
marginando a esta población en el transporte: “En los espacios públicos las
mujeres son más insultadas que los hombres. Somos más vulnerables y sobredimensionan
nuestra sexualidad. En Perú, el racismo simbólico como la burla se ha
naturalizado y, cuando las mujeres levantamos la voz, no nos permiten pedir un
trato igualitario y justo”.
Es necesario “reconocer que somos un país racista”,
asegura Muñoz, “y así luchar frontalmente contra la discriminación y el
racismo, educando y construyendo ciudadanías interculturales que sepan que
existe un conjunto de saberes e identidades en el país de todas las sangres”,
concluye.
Artículo tomado: de:https://www.equaltimes.org/el-despertar-afroperuano-a-traves#.WduDBiPhARw
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