El periódico más influyente de Colombia dedica su editorial del 3 de enero de 2017, a analizar la situación del municipio de Tumaco, en el marco del proceso de paz con las FARC.
En el marco de las fiestas decembrinas, no puede pasar en el
olvido una región que vive una situación de otro color. El país le sigue dando
la espalda a Tumaco. Mientras en muchos lugares sus habitantes comienzan a
sentir el alivio del cese de la actividad ilegal de las Farc, mientras las
estadísticas del Hospital Militar muestran una importante disminución en la
cantidad de miembros de la Fuerza Pública atendidos, y mientras en el Congreso
se sientan los pilares legales del posconflicto, en el puerto nariñense la
violencia sigue presente.
Algunos habitantes afirman, con esa resignación con traje de
cinismo, última defensa que queda frente a la desolación total, que en tanto
estuvieron activas las Farc, las acciones delincuenciales se redujeron a sus
justas proporciones. Y lamentan que su retirada con motivo del proceso de paz
no marcó la llegada del Estado, pues, desgraciadamente, no corresponde aquí
hablar de regreso, sino la de nuevas bandas criminales, incluido el Eln, que
hoy libran una cruenta disputa por el control territorial. Guerra que tiene
como apetecido botín las rutas para el envío de droga y las rentas de la extorsión,
de la que nadie se salva.
El diagnóstico no es un misterio: mafias que buscan
apoderarse de fuentes de ingresos provenientes de economías ilegales, en un
contexto en el que ‘desconfianza’ y ‘ausencia’ son los calificativos más
ajustados para referirse al papel del Estado en todo este drama. Y por más que
los esfuerzos de valientes y corajudos miembros de la Fuerza Pública se
traduzcan en logros como las recientes incautaciones de droga, esto no logra
sanar el daño que, en términos de la pérdida de confianza de la gente hacia las
instituciones, produce la cercanía de algunas manzanas podridas con dichas
bandas. Ni hablar de lo corrosiva que resulta la corrupción o la ineficiencia:
la misma que lleva a que los médicos del hospital tengan varios meses sin
recibir salario.
Si quedan dudas de lo crítico del panorama, ahí están las
cifras: 132 homicidios al finalizar el año –menos que en el 2015, pero no por
ello es menos aterrador el dato–; 16.990 hectáreas sembradas de coca, 18 por
ciento más que el año pasado, según denunció en este diario el padre Arnulfo
Mira, vicario de la diócesis local. “Algo está pasando aquí”, sentenció en días
pasados con motivo también de la explosión de una granada en un bar, hecho que
dejó dos muertos y 23 heridos.
Foto tomada de twitter |
Es un deber moral del Estado responder esa pregunta. Pero se
trata apenas del primer paso. Y parte de la zozobra de los tumaqueños nace de
ni siquiera saber de dónde vienen las balas, las amenazas. Luego es imperativo
que este municipio se ubique a la cabeza de las listas de prioridades, llegado
el momento de llevar a los hechos todo lo firmado con las Farc, para
garantizar, con desarrollo y oportunidades reales para los menos favorecidos,
que la paz sea estable y duradera.
Lo que hoy ocurre en Tumaco debe ser motivo de una respuesta
urgente y contundente del Estado. Por el bienestar de su gente, por supuesto,
pero además porque es la oportunidad de sentar un precedente: el que resultará
de demostrar que las instituciones están en capacidad de responderles a los
miles de colombianos que vivían en zonas en las que predominaban las Farc. En
otras palabras, de que la paz es viable.
Tomado de: http://www.eltiempo.com/opinion/editorial/que-pasa-en-tumaco-editorial-el-tiempo-4-de-enero-de-2017/16785452
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