Desde el puerto nariñense, sus habitantes narran cómo se vive una nueva oleada de violenta en la disputa entre disidencias de las Farc.
Por Alfredo Molano, vía Colombia 2020-el Espectador
El río
Iscuandé marca el límite entre el Pacífico
caucano y el nariñense. Sus aguas, menos turbias que las del río
Guapi, desembocan en el mar en un sitio conocido como Mosquera, un entramado de
manglares que parecen de esos laberintos hechos con pino. Se conocen como “los
esteros del San Juan” y son ramales del río Patía, que nace cerca al Tambo
(Nariño), en la Cordillera Central, y termina desembocando a la altura de las Bocas
de Satinga. El
Patía ha conformado una subregión rica en oro y en los últimos años también en
coca. De Iscuandé a Tumaco hay seis o siete horas de recorrido, cinco de las
cuales se gastan atravesando los tupidos manglares que esquivan el monótono
paisaje de la costa del mar. Allí la vida se siente. El pitido de las
chicharras se traga todos los sonidos de un bosque submarino que parece
palpitar de lo vivo.
Mientras
un biólogo navega los esteros del San Juan fascinado por su naturaleza, la
gente de esta región los atraviesa con los ojos cerrados.Son tierras de dominio absoluto de la gente de Guacho. Cada
cierto tiempo aparece una casa al margen del mangle, unas personas
discretamente paradas o una lancha. “Aquí todo está milimétricamente
controlado. Uno no se encuentra a nadie, pero ya todo el mundo sabe quién va
navegando. ¿Vio a esa gente que estaba apostada en la esquina entre Cocal
Jiménez y Guachacal? Son “puntos”, gente que está informando constantemente lo
que pasa en el estero. Estos manglares vieron crecer a David, el man que supuestamente era de Guacho y mató el Ejército recientemente”,
explica, bajando la voz, entre el misterio y la cautela, uno de los lancheros.
El recorrido es tan
fascinante como largo. Es el cierre del Patía, una región de exuberante riqueza
natural, donde los esclavos de las minas de Barbacoas encontraron refugio en un
ambiente profuso en alimentos. Las minas fueron fundadas en la segunda mitad
del siglo XVII por Francisco Parada y alcanzaron a ser una de las regiones con
mayor explotación aurífera de los tiempos coloniales, lo que significó también
la introducción de una enorme cantidad de esclavos que, en 1778, se calculaba
que pasaban de 6.000. A finales del siglo XIX y
principios del XX era tan fuerte la fiebre del oro en Barbacoas que
compañías extranjeras, como la Telembí Mining Company, la San Lorenzo Gold
Gravel o The Patía Syndicate Limited, explotaban los ríos Patía y Telembí. La
evolución de esta feria es la llegada de las retroexcavadoras a cada río de la
región y, tras el oro, llegaron también los armados: guerrillas y
paramilitares, con los que también llegó la coca.
La
siembra de la coca arribó a Tumaco con los colonos que salieron desplazados de
Putumayo, Caquetá y Guaviare por las fumigaciones de los años 90. A
mediados de esa década, el gobierno de Ernesto Samper intentó promover una
sustitución de cultivos ilícitos por palma de aceite. La
gente se la jugó, se empeñó con los bancos, vendió tierras a los palmeros o
alquilaron sus territorios, pero las cosechas fracasaron con la epidemia de la
pudrición del cogollo. Este antecedente todavía está en la memoria de
campesinos, indígenas y afros de la zona rural del municipio, y ha jugado en
contra del Plan de Sustitución derivado del Acuerdo de Paz. El fracaso de los
cultivos lícitos —llámese palma o cacao— arraigó la economía cocalera en Tumaco
y sus alrededores. Además, encontró en el cartel de Cali compradores,
protectores y promotores.
Las
guerrillas llegaron a la zona por los corredores del Cauca a mediados de los
años 80. Llegaron por dos rutas: una que bajó por el río Micay y otra por el
Patía. En la segunda mitad de los años 90, tanto el Eln como las Farc habían
logrado una base social importante en la región. Sin embargo, el Plan Colombia los movió de sus posiciones de dominio. Y en los primeros años del nuevo
siglo, los “paras” llegaron con unidades que se desprendieron del Bloque
Libertadores del Sur y bajaron por los lados de Policarpa y Cumbitara. Su
estrategia, diferente a la de las guerrillas, fue apostarle al control de los
ríos en los puertos y desembocaduras. Así rápidamente asfixiaron a las Farc y
controlaron el negocio de la coca.
En este
contexto, vinieron los años más duros de confrontación militar. La guerra entre
los dos bandos fue cerrando el anillo del área rural al área urbana. Los
combates se registraban a diario en esteros, ríos y barrios de Tumaco y sus
alrededores. El interés en el puerto vuelve a ser su ubicación geoestratégica
para comunicar a Colombia con el Pacífico, para lo que el Estado trazó varias
megaobras, como el canal seco Atrato-Truandó, la carretera Pereira-Nuquí o el
puerto de aguas profundas de Bahía Cupica. En este interés económico por la llamada Perla del Pacífico, los
territorios negros eran vistos como una piedra en el zapato,
más cuando surgió la figura de la hermana Yolanda Cerón, madre innegable de la llamada
Ley 70 (o de Comunidades Negras), quien fue asesinada el 19 de septiembre de
2001.
Cerón fue
una de las más notables defensoras de los territorios colectivos de los afros.
Nació en Berruecos, Nariño, en 1958, y durante los años 90 acompañó desde la
Pastoral Social y la Diócesis del Pacífico a varias comunidades negras de
Nariño en su constitución como consejos comunitarios. Se
calcula que logró la titulación de al menos 100.000 hectáreas de territorios
colectivos de comunidades negras, bajo el amparo de esa ley,
que ella misma impulsó en la Constituyente. Su entrega a las comunidades del
Pacífico solo fue equiparable a la insistencia con que denunció la irrupción
paramilitar en la zona de influencia de Tumaco. Hasta el día de su muerte
advirtió de la complicidad de la Fuerza Pública en la operación de control
paramilitar del puerto. Un legado que le costó la vida a plena luz del día,
frente a la Iglesia La Merced, en el centro de la población.
Con la
desmovilización paramilitar, en 2005, Tumaco volvió a convertirse en territorio
de disputa entre las estructuras aliadas al narcotráfico y las Farc, que logró
consolidar una importante red de milicianos agrupados en la columna móvil
Daniel Aldana. Estructura que tomó distancia del Acuerdo de Paz y proveyó la
base del Frente Oliver Sinisterra, que lidera alias Guacho, y cuyos mandos medios, como fueron alias Don Y y alias David, dos hermanos que manejaron, hasta el día de su
muerte, el control del narcotráfico en buena parte del puerto. Al primero lo
mataron las Farc en noviembre de 2016 y el segundo cayó en un operativo militar
en septiembre pasado. Estos dos hermanos consolidaron un importante poder en
Tumaco bajo la franquicia armada de Guacho.
Sin embargo, en el puerto todo el mundo sabe que la alianza fue por un tema
estratégico y que al final terminaron enfrentados.
Ni la
muerte de Don Y ni la
de David extinguieron
el poder militar de estas estructuras urbanas de disidentes de las Farc. Y hoy
se vive una grave situación humanitaria que ha perdido el interés de la opinión
pública, pero no la intensidad de la guerra intraurbana. “Lo que está
ocurriendo en Tumaco es una carnicería. Un horror que no tiene nombre pero sí
apodo: ese es el tal posconflicto. Es la muestra perfecta de lo que ocurre
cuando sale una estructura armada de las dimensiones de las Farc, pero no llega
la institucionalidad. Eso sí, le han metido toda la Fuerza Pública del mundo, se habla
de 9.000 a 12.000 efectivos. No
solo nada ha cambiado, sino que se ha puesto peor. Todos los días matan gente,
la desaparecen, la desplazan, la torturan y descuartizan”, dice un poblador
indignado.
Según
cuentan, Tumaco volvió a los tiempos en que sus barrios se dividieron por
uniformes. “La gente de David controla
La Ciudadela, Viento Libre, La Y, Panamá, La Paz, Obrero y El Triunfo. Guacho mantiene el dominio de El Milenio, 11 de
Noviembre, El Voladero, Exportcol y El Morro. La guerra entre los dos está
prendida. La gente que vive en los barrios de Guacho no puede ir a los de la gente de David porque la matan. Y todos los días se dan
candela. Acaban de matar a un niño saliendo del colegio. La cosa está muy
peluda. No le recomiendo seguir averiguando nada de lo que está pasando acá”,
advirtió antes de perderse.
Un
habitante de uno de los barrios de la gente de David, que incluso lo conoció desde cuando era niño,
contó que junto a su hermano, Don
Y, eran milicianos de las Farc y crecieron en uno de los esteros
cerca a Tumaco. Que provienen de una familia muy pobre y que tras la
desmovilización lograron recoger muchos de los contactos de las Farc en temas
de narcotráfico. El relato de cómo murió David es propio de una de esas nuevas series de
“narcos”. Cuentan que era un hombre muy esotérico y que desde hace siete años
tenía una bruja de cabecera que vivía en Buenaventura y que fue ella el señuelo
para ubicarlo.
“Inteligencia
militar compró a la bruja y ella se prestó para montar el operativo en el que
lo mataron. En el barrio todo el mundo habla de que ella le iba a hacer un rezo
de protección, pero le puso unas condiciones. Le dijo que tenía que ser en la
madrugada de un día de luna llena y que esa noche debía ubicarse sin escoltas
en una casa que ellos definieron. La bruja le mandó un bebedizo que David debía tomarse a la una de la madrugada. Él
se encontraba con su hermana y con su esposa, quienes lo iban a ayudar a
hacerse los baños. Lo cierto es que lo que se tomó lo dejó paralizado. El man
se desplomó y empezó a botar espuma por la boca. Al tiempo, la gente que le
estaba haciendo guardia advirtió que el Ejército estaba cerrando el perímetro.
El propio papá de David fue a
buscarlo para sacarlo alzado, pero dizque el hombre se negó, que les dijo que
todo iba a estar bien, que a él lo protegían los espíritus. Al rato tocaron la
puerta, cuando la hermana abrió le cayó una lluvia de plomo. David y la hermana murieron y la esposa se
salvó”, dice el relato.
“Mucho le
advertimos al Gobierno de que lo que se venía en Tumaco iba a ser terrible si
no implementaba juiciosamente el Acuerdo de Paz. Hubo unos líderes de las milicias
que se pusieron la camiseta, tanto para lograr que un grupo importante de la
Aldana se acogiera al Acuerdo, como para que varias familias del área rural
suscribieran los acuerdos de sustitución. Los pela’os le metieron el pecho, pero el Gobierno no
los protegió: a uno lo mataron y el otro está preso. Esto minó la confianza de
muchas personas y provocó una guerra terrible entre los milicianos y la base
social de las Farc. La muerte de Don
Y desató una guerra de desconfianzas entre antiguos aliados. Este
es el caldo de cultivo que le está dando cada día más fuerza a Guacho”, explicó un hombre muy cercano al proceso de
negociación con la columna móvil Daniel Aldana.
“Es que
el posconflicto necesita de oportunidades para esa gente, seguridad jurídica,
física y económica. Imagínese que les dan un subsidio de $400.000, mientras
la disidencia les ofrece $2’000.000 a los que menos experiencia tienen. Fuera
de eso los están matando. Y eso que esto está militarizado. El narcotráfico se
tomó el puerto tras la salida de las Farc y es que creen que matando a los
cabecillas van a solucionarlo; no se dan cuenta de que mientras sigan
administrando el territorio como lo vienen haciendo, van a tener el mismo
resultado”, agregó. Y las cifras le dan la razón: según información oficial, entre
el 1° de enero y el 5 de diciembre de este año se han registrado 595
investigaciones por homicidios en todo Nariño, de las cuales
237 se produjeron en Tumaco, lo que representa un incremento del 22,8 % con
respecto al año pasado, cuando al mismo mes se reportaron 193 denuncias de
asesinatos en el puerto.
Texto y fotos tomados de: https://colombia2020.elespectador.com/territorio/tumaco-una-guerra-llamada-posconflicto