3 de abril de 2012

Malí y Senegal, dos vías contra la tentación de aferrarse al poder (análisis)



   
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Los senegaleses echan al presidente en las urnas. En Malí, militares imponen el golpe de estado.



Los senegaleses han elegido las elecciones para penalizar al presidente saliente Abdoulaye Wade, unos comicios democráticos que permiten que Senegal siga siendo el único país de África Occidental que, desde su independencia en 1960, solo ha conocido la democracia. Según los resultados provisionales de la segunda vuelta de las presidenciales del 25 de marzo, Wade fue derrotado por el líder de la oposición, Macky Sall, tras obtener únicamente el 34,2% de los votos, frente al 65,8% conseguido por su opositor.

Los senegaleses habían comenzado a mostrar su descontento entre mayo y junio de 2011, cuando Wade comunicó su intención de presentarse por tercera vez a los comicios, a pesar de haber cumplido las dos legislaturas que permite la Constitución de este país de África Occidental. Wade justificaba su decisión en que la ley había extendido de cinco a siete años la duración de los mandatos cuando él ya estaba en el poder, lo que, a su parecer, le otorgaba el derecho a presentarse una vez más para, al menos, permanecer en la presidencia otros dos años.


Descontentos con su gestión socio-económica, con las cada vez mayores responsabilidades otorgadas a su hijo Karim, con su afán por perpetuarse en la jefatura del Estado a pesar de su edad (86 años) en un país donde el 70% de la población es joven, la oposición no paró de salir a la calle hasta que se celebraron los comicios. Finalmente, Wade recibió la patada desde las urnas, gracias a una presión que no de detuvo en nueve meses y que llegó desde distintos frentes: una oposición política que ha logrado unir sus filas; movimientos como Y en marre (Estamos hartos), que mediante el rap ha sabido llegar a los jóvenes senegaleses, y otros numerosos miembros de la sociedad civil. Las protestas se cobraron la vida de decenas de personas y provocaron numerosos heridos. También parte de la comunidad internacional —Francia y Estados Unidos— rechazó la candidatura de Wade, aceptada, no obstante, por la Corte Constitucional.

El caso de Malí es distinto. La mayor parte de la población mostraba desde hace tiempo su rechazo al depuesto presidente, Amadou Toumani Touré, a quien acusaban de laxitud ante los problemas de inseguridad del norte (provocada por la presencia de células terroristas, de traficantes de drogas o de armas), y de gestionar mal las negociaciones con estos grupos y con los rebeldes de la última insurgencia tuareg de 2006, así como de los altos niveles de corrupción.

Toumani Touré había sido un líder muy respetado desde que, tras dar el golpe de Estado de 1991, dejara el país en manos de la democracia. De ahí que este sentimiento de rechazo hacia las prácticas del presidente fuera contenido hasta que se conocieron las consecuencias de la nueva rebelión tuareg, que estalló el 17 de enero. La falta de información sobre lo que ocurría en las regiones de Kidal, Gao y Tombuctú (y puntualmente en Mopti y Ségou), y la sensación de que el Gobierno no estaba haciendo lo suficiente para frenar a los rebeldes provocó que, en dos ocasiones, familiares y simpatizantes de los militares en el frente de batalla salieran a la calle para manifestar una impotencia que terminó en actos violentos.

El golpe de Estado era esperado por casi todos. Toumani Touré iba a dejar el poder el 8 de junio, fecha prevista para que el nuevo presidente electo se convirtiera en inquilino del palacio de Koulouba. Toumani Touré cumplía sus dos mandatos y se marchaba. El 29 de abril era la fecha estipulada para la celebración de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. El 13 de mayo los malienses votarían en una segunda vuelta, de haber sido necesario. Pero “faltaba demasiado tiempo hasta entonces”, comenta un intelectual que prefiere no dar su nombre. La incertidumbre que pesa sobre Malí lleva a que prácticamente nadie quiera pronunciarse en público, a no ser que pertenezca a algún partido, sindicato o asociación de la sociedad civil.

El Comité Nacional para la Recuperación de la Democracia y la Restauración del Estado (CNRDRE), liderado por el capitán Amadou Haya Sanogo, gana adeptos con el paso de los días. Ahora bien, también pierde el apoyo de aquellos que esperaban un golpe distinto y estaban a la expectativa desde el levantamiento militar.

El martes 27 de marzo se levantó el toque de queda, se reabrieron las fronteras, el espacio aéreo y el tráfico entre el puerto de Abidján (Costa de Marfil) y Bamako, por donde pasan la mayor parte de las mercancías que entran y salen de Malí. Pero estas acciones no parecen ser suficientes para sostener la economía, ni evitar el aislamiento del país. La comunidad internacional —incluida la Unión Africana y la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO)— ha dado la espalda a la junta militar y de ello dependerá también el éxito del golpe. La Banca Central de los Estados del África Central (BCEAO) mantiene cerradas sus agencias de Bamako, Kayes, Mopti y Sikasso, lo que ha obligado a los bancos a variar sus horarios en función de la demanda y a establecer un tope diario de retirada de efectivo. “El país no puede pararse”, comenta un comerciante del centro de Bamako. Asimismo, incluso los contrarios a la gestión del Gobierno depuesto exigen la liberación de las 11 personalidades que permanecen retenidas.

Los golpistas de Malí justifican el golpe por la necesidad de asegurar la integridad territorial y la unidad nacional

Mientras tanto, la población maliense sigue esperando que los militares demuestren que son capaces de acabar con los rebeldes, o por lo menos esperan que les confirmen si cuentan o no con los efectivos suficientes para hacerles frente. El CNRDRE justificó el golpe de Estado, consolidado la madrugada del 22 de marzo, con la necesidad de asegurar la integridad territorial y la unidad nacional. Una semana más tarde, la junta militar ofrece señales contradictorias. Reconoce no tener los medios suficientes, pero asegura estar buscándolos, y se muestra abierto a negociar con los rebeldes del norte, siempre que no se ponga en cuestión la integridad territorial.

La incertidumbre causada entre la población es total. Porque la negociación era, precisamente, lo que se reprochaba a Toumani Touré. Los tuaregs, además, no están abiertos a negociar con el CNRDRE, y menos cuando el Movimiento para la Liberación de L’Azawad (MNLA) y el recién nombrado Movimiento Islámico para la Liberación de L’Azawad (MILA, antes Ansar el Dine) cobran fuerza en el norte, donde ya han cercado Kidal y aspiran a tomar Tombuctú y Gao, las capitales de las tres regiones norteñas. El MNLA y el MILA han roto sus relaciones, después de que el MILA reconociera que tenía como fin implantar la sharia, pero no por ello han perdido terreno.

El jueves cinco jefes de Estado de la CEDEAO viajarán a Malí para entrevistarse con el presidente del CNRDRE, el capitán Sanogo. La organización subregional tiene previsto ofrecer una salida rápida y pacífica a esta situación: la dimisión de Toumani Touré y la aprobación de un Gobierno de transición que convertirá en presidente interino al hasta ahora presidente de la Asamblea Nacional, Diacounda Traoré, con el fin de convocar unas elecciones democráticas y libres en los próximos dos meses.

Una medida que no está clara que vaya a aprobar el CNRDRE ni sus partidarios, a pesar de la incertidumbre que existe en casi todos los ámbitos. El miércoles, la capital de Malí ha sido testigo de una manifestación pacífica multitudinaria a favor del golpe de Estado. Y si hay algo que no quieren estas personas, en su mayoría miembros de la sociedad civil maliense agrupados en torno a distintos sindicatos y asociaciones, es que el orden se restablezca con “los mismos defectos del sistema anterior”. Traoré era el candidato a las presidenciales por el principal partido de Malí, Adema-PASJ.

La patada a Toumani Touré por la vía militar parece tener posibilidades de éxito. Las consecuencias de estos actos para el pueblo maliense son las que nadie se atreve a aventurar.


Fuente: Internacional | El País de España


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