Zombies con cuerpos poseídos suelen transitar por el cine 'juju'.
Con
una producción de 2.000 películas al año, el cine nigeriano ha
desplazado en cifras a la gran industria de Hollywood. El secreto de su
éxito: la brujería.
Por: Salym Fayad, Johannesburgo.
La primera película del día en el cine rotativo de Togoville es, según anuncia la cartelera, Ninja Condom
13. Pero a las nueve de la mañana, cuando los espectadores entran a la
cabaña y empiezan a acomodarse en las bancas de madera, no es un
despliegue de artes marciales lo que se ve en el televisor. En la
escena, que transcurre en un área boscosa cerca de una playa, dos
actores nigerianos interpretan, respectivamente, a un hombre que
convulsiona por causa de una posesión demoníaca y a un sacerdote que le
practica un exorcismo. El diálogo es indescifrable, con el audio
saturado por el viento que golpea contra el micrófono.
Claramente, la película no es la programada, pero a nadie parece
importarle. En esta remota aldea de Togo en África Occidental, donde las
posibilidades de entretenimiento son escasas, las películas nigerianas
son consumidas por el público con avidez, y a lo largo y ancho de la
región se exhiben en los cinemas rurales, en los restaurantes, en los
buses de larga distancia o en televisores apoyados sobre una tabla y dos
ladrillos en una esquina de un mercado callejero. Cuando la trama lo
amerita, el público suelta una carcajada, o asiente con aprobación
cuando el villano de la historia es castigado.
Nollywood, como se conoce a la industria cinematográfica de Nigeria,
se convirtió en el 2009 en la segunda más grande del mundo al producir
más de dos mil películas al año, superando a Hollywood y pisándole los
talones a Bollywood, la industria india. Aunque es el segundo empleador
más grande de Nigeria (después de la industria petrolera) y genera
doscientos cincuenta millones de dólares anuales, funciona generalmente
con muy pocos recursos, lo que ha contribuido también a moldear su
característica estética casera.
Cine hecho con las uñas
Las películas de Nollywood, que pueden ser realizadas en una semana y
con presupuestos de apenas quince mil dólares, rara vez ven la pantalla
grande. Son grabadas con cámaras digitales, impresas directamente en
DVD y reproducidas masivamente (entre cincuenta mil y cuatrocientas mil
copias). Su alcance es enorme. En cuestión de días después de salir al
mercado las copias originales son pirateadas miles de veces y
distribuidas informalmente por todo el continente. Cada semana los
mercados y vendedores callejeros reciben cincuenta nuevos títulos que
ofrecen entre uno y cuatro dólares.
El corazón de la industria está en Lagos, el centro económico de
Nigeria y una caótica megalópolis ubicada en lo que algunos llaman con
cinismo “la axila de África”, donde la pobreza es rampante, la
corrupción es endémica, el suministro de energía es errático y el
tráfico es imposible. Además de estas dificultades logísticas que
presenta la ciudad, hay otra infinidad de imprevistos que se pueden
sumar durante los rodajes: camarógrafos que no llegan, actores que
trabajan en varias películas al mismo tiempo o que tienen antecedentes
penales, libretos que no existen, asaltos a mano armada. La
improvisación es la clave. “Hacer películas en Nigeria enseña a ser
recursivo, a buscarle soluciones a los problemas inmediatamente y con lo
poco que se tiene”, dice el director Andy Amadi. Para él, las calles de
Lagos no solo son el set; también pueden ser una inspiración o incluso
un personaje. “En Lagos hay muchas historias que contar, pero para
contarlas hay que aprender a crear imágenes a partir de la nada, sin
grandes estudios ni grandes presupuestos”.
El mito de creación sobre los orígenes de esta nueva ola de cine africano se remonta a 1992 y al clásico nollywoodense Living in Bondage,
una película de suspenso que cuenta la historia de un hombre que se
afilia a una secta ocultista, sacrifica a su mujer a cambio de recibir
poder y dinero, y luego es acosado por su espíritu hasta que se
arrepiente.
Según la historia que circula en el gremio, el comerciante Kenneth
Nnebue había importado desde Taiwán un cargamento de cassettes de VHS
que no había podido vender en Nigeria. Entonces se asoció con el
libretista Okey Ogunjiofor para hacer una película de bajo costo que
pudiera grabar en las cintas y hacerlas más atractivas para los
compradores. Aunque la iniciativa tenía pocas pretensiones artísticas, Living in Bondage
fue la primera película casera nigeriana, vendió más de medio millón de
copias, y lanzó al estrellato a actores debutantes como Kenneth Okonkwo
y Kanayo O. Kanayo, grandes celebridades del Nollywood contemporáneo.
De Nigeria para África
En los años noventa, cuando la economía del país colapsaba y la
inseguridad y la dictadura militar mantenían a la gente en el interior
de sus casas, la venta de reproductores de VHS se disparó en las
ciudades nigerianas, hasta el punto de que setenta por ciento de la
población urbana tenía uno. Los reproductores de video, que ahora han
sido reemplazados por los de DVD, aún contribuyen a la proliferación de
las películas en formato casero. La escasez de salas de cine también:
Nigeria tiene menos de cincuenta para una población de ciento sesenta
millones.
Uno de los factores que ha hecho de Nollywood un fenómeno continental es el giro idiomático. Aunque Living in Bondage
fue hecha en igbo, uno de los idiomas dominantes en Nigeria (donde se
hablan más de quinientos), los realizadores rápidamente se dieron cuenta
del potencial que tenían en sus manos y empezaron a hacer películas en
inglés, alcanzando así otras regiones de África, particularmente países
como Ghana, Kenia y Sudáfrica.
Frank Basuglo, un ghanés radicado en Johannesburgo que “importa”
informalmente DVD a través de sus parientes y amigos que viajan desde
Ghana o Nigeria hacia Sudáfrica, explica que “las películas de Nollywood
son hechas por africanos para africanos. Son educativas, hablan de las
cosas que nos pasan todos los días, sin importar el país. Las aventuras
de Osuofia las entiende cualquier africano que haya viajado de un pueblo
a una gran ciudad”. Frank se refiere al personaje central de Osuofia in London,
una comedia que en el 2003 batió los récords comerciales con
ochocientas mil copias vendidas, que cuenta la historia de un campesino
nigeriano que migra a Londres en búsqueda de una fortuna que dejó su
hermano al morir, y tiene que adaptarse al funcionamiento de la urbe
europea.
¿Y Hollywood? “¡Claro que me gusta! —dice Frank— pero no enseña nada.
Es entretenido, pero los personajes de Hollywood nunca se parecen a su
público”, agrega, analítico. Efectivamente, las temáticas recurrentes en
las películas de Nollywood, aunque sobreactuadas y melodramáticas,
tienen referentes comunes en las sociedades de los países del África
subsahariana que se desarrollan rápidamente. La corrupción, el poder y
la ambición, la migración, el adulterio, y, sobre todo, la religión y la
brujería.
Brujos y oraciones
Las películas sobre brujería (o juju, como se le conoce
localmente) tienen en Nollywood el lugar privilegiado que tienen las
películas de acción en Hollywood o los musicales en Bollywood. Han
caracterizado al cine nigeriano en todo el continente y con frecuencia
generan reacciones encontradas entre el público.
En un clásico filme de juju morirá un inocente, habrá un
brujo detrás del crimen, se realizarán rituales animistas, se prepararán
pociones, aparecerá un sacerdote o un pastor cristiano, se citará la Biblia,
habrá una escena en una iglesia, se enfrentarán el bien y el mal, el
bien triunfará, el hechicero será condenado. También habrá, en
abundancia, efectos especiales: personas que levitan, espíritus que
poseen cuerpos, seres que desaparecen, hechiceros que lanzan rayos.
Siempre logrados con baja tecnología y con los elementales efectos de
cámara con los que el Chapulín Colorado se teletransportaba o se hacía
pequeño.
Pero el género, más que hacer una apología de lo oculto, refleja una
paradoja cultural que enfrentan varias regiones en el continente. Se
calcula que hay aproximadamente cuatrocientos millones de cristianos en
África, aunque gran parte de ellos combina sus oraciones con ritos
animistas y creencias tradicionales. En Nollywood, donde muchos actores y
directores están afiliados a cultos cristianos, el animismo se derrota,
se desmitifica, se ridiculiza hasta convertirlo en kitsch. Invariablemente, los créditos finales de las películas de juju
terminan con frases como “los pecadores siempre serán castigados”,
“Dios es grande” o “Jesús es el Salvador”. Pero el género también tiene
sus críticos, y aunque unos aprovechan las películas para evangelizar,
otros prefieren no verlas porque no quieren que se les asocie con
creencias tradicionales que consideran supersticiones atrasadas.
Continuará…
Directores como Akin Omotoso y Andy Amadi han tomado distancia del
estilo y las precarias estrategias de Nollywood, aunque para hacerlo han
tenido que exiliarse en Sudáfrica y en Francia, respectivamente. “En Relentless
—dice Amadi con un forzado acento francés refiriéndose a su más
reciente película—, quería contar un drama psicológico, una historia
sobre estrés postraumático en Lagos, que afecta también a quienes viven
en ella”, pero da a entender que las herramientas narrativas de
Nollywood no serían suficientes para construir la película y que esta
tendría un nivel de abstracción al que el público nigeriano no está
acostumbrado. “Yo no quería hacer una película para las masas, quería
tener libertad artística, y grabarla en 35 mm aunque costara mucho más”,
dice.
En ciudades como Accra, Nairobi y Johannesburgo los videoclubes que
alquilan películas de Nollywood tienen clientes fieles que llevan con
frecuencia entre cinco y diez títulos a la vez. Sin embargo, esta
clientela no crece, y es porque estos centros urbanos se han convertido
en territorio del archienemigo de la venta y alquiler de cine nigeriano:
la televisión por cable. Bernard, que administra un videoclub que
funciona también como peluquería en Johannesburgo, dice que el canal
Africa Magic ha sido muy importante para extender el alcance de las
películas a un público más numeroso, pero que “esto está matando el
negocio porque la gente ya no paga para tener los DVD; todo lo ven por
televisión, y por esto tampoco pagan porque la mayoría de conexiones son
ilegales”.
En otro videoclub, que también hace las veces de compraventa de
diamantes, Sharon explica que el problema es la piratería. La
distribución informal, que logró la diseminación viral de las películas
por todo el continente “está fuera de control —dice—, ya no podemos
seguir el rastro de los cargamentos que pedimos desde Nigeria, y muchos
de los DVD que nos llegan están en blanco o tienen películas que no son
la misma de la carátula”. Esto no solo afecta a los vendedores
minoristas; también reduce las ganancias de los realizadores,
impidiéndoles hacer películas con herramientas más sofisticadas.
Como las películas que la componen, Nollywood se está construyendo
sobre la marcha y sin ningún plan determinado. Ahora que ha logrado
establecerse, a pesar de sí misma, como una industria cinematográfica a
nivel mundial, no es fácil identificar cuál será su siguiente capítulo,
si su futuro es promisorio o si corre el riesgo de caer víctima de las
mismas herramientas que la hicieron crecer. Y aunque la industria esté
en peligro de estancarse en una fórmula repetitiva, hay que reconocer
que sus realizadores son la expresión última del emprendimiento cultural
independiente.
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